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¿Qué está siendo dañado por el consumo de drogas? 

  • Foto del escritor: Pablo Alarcon Molina
    Pablo Alarcon Molina
  • 25 ago 2019
  • 5 Min. de lectura


Habitualmente, al hablar de consumo de drogas y de los daños que estas producen, encontramos una serie de referencias al impacto neurológico y sobre otros tejidos que su uso habitual conlleva, (puede implicar daños o consecuencias en el sistema respiratorio, cardiocirculatorio, gastrointestinal, etcétera.) Este impacto, si bien muchas veces existe, probablemente demore algún tiempo en consolidarse y manifestarse y, por lo mismo, no puede explicar, en sí mismo, el hecho de que un joven o cualquier persona persista en un consumo después de haber experimentado con algún tipo de droga. En mi opinión, son otros aspectos los que sostienen que un joven profundice y persista en el consumo de drogas, y es esta persistencia la que lleva más tarde a los daños a nivel neurofisiológico o de otros sistemas de nuestro organismo biológico. Estos aspectos se refieren a las dimensiones contextuales y relacionales en las que el joven participa, y que afectan su mundo experiencial y vivencial de modo tal que dan sustento al uso recurrente de drogas como parte de una búsqueda de respuestas a necesidades propias de la edad que no son contenidas en el mundo de sus relaciones afectivas familiares, y/o como parte de soluciones compensatorias a frustraciones o carencias que aparecen en su historia personal y relacional. Con esto me refiero a la dimensión relacional del daño que el uso de drogas implica, sin resolver la cuestión de si son las drogas y su consumo las que dañan este mundo relacional, o bien, es este mundo relacional incompleto, insatisfactorio, el que lleva al uso de drogas. Si bien esta segunda opción me parece más plausible. A estas necesidades no resueltas se le unen una serie de factores a tener en cuenta: - En primer lugar, es de inmediato constatable que la cantidad de drogas presentes en el mercado ha sufrido en estos últimos años un enorme incremento, que ha hecho muy fácil su adquisición y ha permitido una difusión cada vez más capilar incluso en grupos y subculturas antes impermeables a dicho contagio. - Es evidente que el uso de drogas se configura cada vez más como una moda, que se asocia a las otras, como las relativas a la vestimenta y a la música a las que el joven se adapta para poder ser aceptado por el grupo de iguales (piénsese en ciertas discotecas de moda donde casi es necesario aturdirse con anfetaminas u otros desinhibidores para poder estar a la altura de los demás). La tendencia explorativa característica del adolescente, motivada no sólo por la curiosidad sino también por el deseo de desafiar a los adultos y sus prohibiciones, encuentra así una expresión en comportamientos de grupo, como el consumo de sustancias ilegales, a través de los cuales sus miembros pueden demostrar a todos aquellos que se mantienen ajenos a este tipo de experiencias que son distintos, superiores, más valerosos, menos condicionados. - El exceso de consumismo, de mercancías y bienes, típico de las sociedades avanzadas, empobrece y limita el arco de las elecciones originales posibles, mientras que el adolescente está a la búsqueda de modalidades satisfactorias para emplear un tiempo libre de confines cada vez más amplios e inciertos. - Los modelos culturales y de valores prevalecientes tienden a privilegiar el tener al ser, el individualismo a la solidaridad, y sobre todo a avalar el rechazo y la incapacidad de aceptar los sufrimientos propios de la condición humana: un rechazo que se manifiesta, por ejemplo, en la facilidad con la que los mismos adultos bien integrados recurren a sustancias como los psicofármacos. - El aplazamiento de la independencia de los jóvenes de la familia a causa de algunas contingencias sociales (ocupacionales, habitacionales), la mayor escolarización, y la hipercompetencia de muchos padres, que no renuncian a su rol de omnipotentes protectores de los hijos incluso cuando estos últimos han superado la niñez: he aquí algunos de los factores más importantes que contribuyen a hacer indefinible la edad de la adolescencia y en particular su término. Esta dilatación del periodo de la dependencia de los padres facilita, en mi opinión, el enviscamiento del hijo en las vicisitudes paternas, retrasando la desvinculación y la autorresponsabilización. En esta situación, el adolescente, si sufre, puede ser inducido a creer que el consumo de drogas representa un modo de acortar el camino hacia el estatus de adulto. En realidad, se trata de una emancipación ilusoria, tanto más peligrosa cuanto más capaz de bloquear el fatigoso proceso de superación del sentimiento de omnipotencia y de las idealizaciones infantiles: un proceso que no admite atajos. Sin embargo, sabemos que afortunadamente no todos los jóvenes que, por desgracia o por casualidad, entran en contacto con las sustancias se vuelven adictos. Muchos de ellos no las prueban, otros sólo las experimentan y otros más son consumidores ocasionales; una parte, por último se convertirán en toxicodependientes. Quien ha presentado ya mucho tiempo antes signos de sufrimiento, de inadaptación y de difícil comunicación en la familia o de trastornos psíquicos, tendrá una probabilidad mucho mayor de pensar en las sustancias estupefacientes como en una forma de ayuda, terapia y alivio del malestar y será susceptible de entrar en la categoría de los sujetos de riesgo. Del estudio del trabajo de Shedler y Block (1990), se desprende de manera persuasiva que la oferta de droga por sí sola no explica la adicción, cuya causa primordial debe situarse, en cambio, en la fragilidad de la personalidad del joven, entendida no como vulnerabilidad constitucional, sino como resultado de un desarrollo relacional familiar insatisfactorio. Las toxicodependencias son una patología social relativamente nueva, a pesar de haber coexistido desde siempre con diferentes sustancias psicoactivas durante toda nuestra existencia. Desde mediados de los años setenta hasta principios de los años ochenta el fenómeno alcanza su mayor expansión, imponiéndose con prepotencia incluso a la atención de la opinión pública. El dato más seguro referente al estudio de la personalidad del toxicodependiente es la ausencia de un perfil psicopatológico típico, mientras que está establecido que la dependencia de sustancias representa un síntoma común a diferentes formas de trastornos psíquicos, en cada uno de los cuales desarrolla una función diferente. La fase de la desvinculación adolescente es, desde luego, aquella en la que se advierten, incluso en condiciones de “normalidad”, el mayor número de cambios de comportamiento. Además, la dilatación a la que este periodo de la vida está siendo sometido actualmente, hace arduo identificar la adolescencia con cánones tradicionales, por lo que la aparición de comportamientos presintomáticos puede ocurrir en tiempos diversos, también según el tipo de organización familiar y la sucesión de eventos. Leer tales signos como comportamientos de oposición no casuales permite que la familia entrevea que el paciente se ha encontrado en la situación airada de quien advierte confusamente que ha sido expuesto a un daño o a situaciones desventajosas respecto de los otros (la confrontación se efectúa con el grupo de iguales, pero también con los hermanos). Cuando hablamos de comportamientos subjetivamente autoterapeúticos, nos referimos a lo que decía Olievenstein: no hablaba de la droga sólo como un anestésico que actúa de modo más o menos específico sobre el dolor y sobre la confusión de quien la consume, sino que señala explícitamente el efecto positivo que ella determina. Dejar de preguntarse qué cosa, en el interior del individuo tradicionalmente designado como toxicómano o como alcohólico, provoca su conducta descarrilada y tratar de entender cuál es su universo,tiene consecuencias decisivas en la organización de un servicio. El foco de la atención y de la intervención se desplaza rápidamente del individuo a las situaciones en las que él vive su experiencia. La curación de un enfermo cede lugar a la intervención sobre la situación de la que él es partícipe, o al sistema relacional del que forma parte. Preguntarse: ¿Qué función de equilibrio desarrollaba el hábito? ¿De qué angustias defendía o defiende al paciente? ¿Qué alternativas al fármaco pueden suministrarse para el mantenimiento de dicho equilibrio? ¿Qué otros caminos posibles se ofrecen al paciente para canalizar y/o controlar sus angustias originales? Puede ser un buen punto de partida. BIBLIOGRAFÍA “La familia del toxicodependiente”. Stefano Cirillo, Riberto Berrini, Gianni Cambiaso, Roberto Mazza. Paidós. “Los temerarios de las máquinas voladoras”. Luigi Cancrini. Nueva visión. “Historia general de las drogas”. Antonio Escohotado. Espasa.

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